Hommage à Lars Gustafsson

Gustafsson (eng förlag)

VIDA Y OBRA DE LARS GUSTAFSSON

El 17 de mayo 1936 nació en Västmanland, Suecia, el futuro escritor Lars Gustafsson, y – extraña coincidencia – en el mismo día y en el mismo lugar nacieron Lars Westin, Lars Herdin, otro Lars Gustafsson y Lars Troäng, todos ellos protagonistas en sendas novelas de nuestro autor. Quien deduce que en el centro del universo literario de Lars Gustafsson siempre puede encontrar al ”propio Señor Gustafsson” (así se titula una novela de G.) no yerra mucho. Ya regresaremos a este egocentrismo radical y sus implicaciones, anticipando que Muerte de un apicultor constituye una excepción; aquí el autor se retrae – con magnanimidad, diría él – y deja a solas al protagonista con su muerte. Un gesto poco heroico pero fácil de comprender. Gustafsson no tendrá muchos pares en su odio por la muerte. Posiblemente Elías Canetti, el gran desafiador sefardí. En esta novela, sin embargo, la muerte se va a salir con la suya, es una condición imprescindible. Lo sabe el lector desde un principio, lo presiente el protagonista, muy pronto tiene la certidumbre. Gustafsson guarda cierta distancia, poco corriente en sus libros, con su alter ego Lars Westin. Se vale de un recurso muy tradicional, el del editor ficticio. Westin, divorciado y pensionista anticipado, vive aislado y subsiste precariamente gracias a sus abejas. Muere en 1975 dejando tres libretas de apuntes, la primera comenzada en 1964. El editor ficticio las presenta sin alteraciones ni comentarios. La novela es eminentemente monófona, y la voz pertenece a un hombre que sufre de un cáncer incurable, lo sabe y no intenta huir de las implicaciones ni de la muerte que se acerca. De los dolores ni remotamente existe la posibilidad de escapar.

La carta del hospital con los resultados del análisis la había quemado sin leer; los dolores no dejaban dudas sobre la diagnosis. Para Lars Westin suponer equivale a aceptar. En los períodos libres de dolor conserva la perspectiva de su muerte prevista, una perspectiva que le da cada día más conocimientos y una comprensión más profunda, si no de la muerte, sí de la vida y sus predicamentos. En uno de sus cuadernos, ”el libro amarillo”, escribe que el paraíso debe de consistir en ”el cese del dolor”, y prosigue: ”Pero esto quiere decir que !sólo estamos en el paraíso cuando no nos duele nada! !Y sin darnos cuenta de ello!”

El hombre, posiblemente el único ser que sabe que va a morir, pocas veces sabe cuándo, lo que le ayuda a soportar la vida. Lars Westin, consciente de que está moribundo, prefiere ignorar el mes y el día; no dejar a la muerte estorbar la vida, para poder morir vivo.

Pero ¿puede ser ésta la vida real, esta ausencia de pretensiones? Más se parece a la fase prenatal, a la relación del feto con la madre. Hay en los textos de Lars Gustafsson innumerables imágenes de esta ansiedad por estar encerrado, recluido: los hornos durmiendo por debajo de la nieve, calentándose uno al otro, la desconsolada incapacidad del hombre para acompañar al perro en su cálido, peludo sueño de animal, las golondrinas que duermen por debajo del hielo invernal de los lagos, dormilones y dormilonas en el verde cristal del sueño.

Asimismo, lo que emprenden sus protagonistas es una regresión, un viaje atrás, a algo límpido, a la niñez, más allá. Aquí reside la complicación de su pensamiento sobre el amor y la comunidad. Las mujeres de sus textos raras veces resultan ser personas, el autor les provee de rasgos arquetípicos, son guiadoras, suaves, sagaces y maternales. Como número uno en la lista de nuestro autor sobre las artes más difíciles figura el amor (entendámonos, el amor corporal).

El tema es reiterativo: el amor, ¿es posible? Los lectores de Gustafsson no dudan de la sinceridad de la pregunta; algunos lo harán de la respuesta, un temeroso, casi autopersuasivo.

Entablar divisiones impermeables entre la biografía y la producción de Gustafsson sería, además de tonto, infructuoso. Se trata de una totalidad íntima, una totalidad que abarca también todo un paisaje. La ficción de Gustafsson hasta hoy se presenta como un vasto paisaje de Västmanland, su paisaje natal, con ríos profundos y valles pantanosos, bosques sin fin, pero con praderas intersticiales, una unidad multiforme. Desde un principio este paisaje contenía mucha luz, abedules, mañanas con viento y hiela luciente. Más tarde entró un tono sordinado, nubes bajas y aguaceros. Y siempre el viento, un viento tibio y húmedo. Soplando en las primeras páginas de Muerte de un apicultor hace girar las alas y mover las ruedas de la narración.

Västmanland es la ”patria chica” de Gustafsson. Aquí nació y ha vivido gran parte de su mocedad. ”El campo de Västmanland no es otra cosa que una continuación de la taiga siberiana por nuestro lado del Báltico”, escribe. Es parte de ”la otra Suecia”, desconocida por el resto del mundo. Casi desierta y despoblada, con industrias muertas diseminadas aquí y allá, cruzada por ferrocarriles que han dejado de funcionar. La gente que todavía se queda busca un sustento precario reparando los Volvos increíblemente vetustos de sus vecinos. Las descripciones de la naturaleza ocupan un lugar muy destacado: ”Y no se trata de estos triviales relatos del tiempo, de los cuales – según los críticos continentales – nosotros, los escandinavos primitivos y salvajes, abusamos”, nos asegura Gustafsson.

Como ”patria grande” Gustafsson no se contentaría con nada más pequeño que el mundo. Y esto no tanto porque sus libros han sido acogidos con comprensión y estima en Alemania y Francia, como porque el autor ha sida desde un principio cosmopolita en sus lecturas y su orientación. Hoy vive en Austin, Texas, y trabaja como profesor de la universidad. Es un escritor exiliado hasta en su profesión religiosa: en su segundo matrimonio Gustafsson se ha convertido a la fe judaica. Ha dejado atrás Suecia, en un proceso comenzado mucho tiempo pero que ahora parece consumarse. Desde su punto de observación tejano Gustafsson simplemente no tiene mucho bueno que decir de su vieja patria. Excusado es decir que esto no lo toman bien los suecos. El conformismo es un poder formidable en Suecia, y quien se desvía con críticas de derechas se arriesga a ser excluido de la comunidad. La ley de Jante (No debes creer que seas mejor que nosotros) formulada por el noruego Axel Sandemose se mantiene con mucha dureza en estas partes del mundo.

La imagen pública que ha forjado Gustafsson de sí mismo contiene rasgos duros de digerir para muchos: un sabelotodo con fuerte vocación didáctica, un educador que introduce sus muy diversos conocimientos, como perlas relumbrantes, en sus textos. Críticos prestigiosos como Olof Lagercrantz y Karl Vennberg se han cansado y acusan a Gustafsson de ser ”un mero volatinero de vocablos brillantes”.

Cuesta creerlo, pero este sabio, un nórdico ”monstruo de la naturaleza” con cincuenta años y cuarenta y ocho títulos en su curriculum, comenzó su carrera como el último, el más bruto de su clase. Durante años fue considerado ineducable e incluso lo persiguieron y castigaron por su torpeza mental. Despertó del torpor con la pubertad, y de golpe se convirtió en un joven despierto y precoz. A los catorce años escribe ya los primeros poemas que más adelante formarán parte de sus Poemas Completos (Ur bild i bild). De promesa adolescente a luz universitaria de Uppsala hubo sólo un paso. En los años sesenta ”era joven y considerado genial, era nuestro listo hermanito mayor que nos explicaba el mundo con benevolencia”, se acuerda Björn Nilsson, amigo de Gustafsson de aquel entonces, más tarde redactor cultural del diario Expressen. Su fama subió lo mismo que un globo aerostático por encima de las casitas del ambiente universitario. Su primer libro, Vägvila (Descanso en el camino), la había publicado con 21 años. Sin embargo, el autor ha expresamente declarado que su ”verdadero estreno” se realizó dos años después con la novela Poeten Brumbergs sista dagar och död (Los últimos días y la muerte del poeta Brumberg). ”Era un tiempo relativamente idílico”, recuerda Lars Gustafsson, ”cuando mis libros eran considerados excéntricos y en el fondo incomprensibles, aunque permisibles. Mis editores los publicaron con casual indiferencia. Nadie previó que yo continuaría escribiéndolos, las comisiones de becas me borraron ya en 1962 de sus listas como un fenómeno del todo fortuito, del todo superfluo.”

A decir la verdad el mundo no lo dejó tan en paz. Nada más publicar su tesis de licenciatura, sobre Wittgenstein, la casa editora dominante Bonniers lo llamó para redactar la prestigiosa revista literaria BLM. Durante aquellos años Lars Gustafsson se tornó una persona pública, pero se espantó ante su reflejo público: ”Desde las páginas de todos los diarios me miró alguien que dijeron ser yo, pero que no era otra cosa que un enano, maligno y necesitado de echar una meadita, un gnomo malicioso, pero que meaba agua bendita, una síntesis de frigidez y abstracción (…) Entonces fue cuando dejé crecer mi grande, espesa, fuerte barba, no muy distinta del pellejo marrón de un oso. Así me he distanciado, de una vez para siempre, de mi imagen público”, dice en Herr Gustafsson själv (El propio señor Gustafsson). Este libro – el primero de la pentalogía Sprickorna i muren (Las grietas en el muro) cuya última parte es Muerte de un apicultor – constituye un nuevo rumbo en la obra de Gustafsson. Es curioso; con sólo la frágil protección de su barba de oso, Lars Gustafsson osó tornarse íntimamente subjetivo. El libro – con dudosa legitimidad se subtitula novela – relata una crisis de mitad de la vida. Con 33 años, Gustafsson (los ecos del Zarathustra de Nietzche y de Cristo son manifiestos) se siente hecho pedazos por las incompatibles demandas de su contorno. Anhela una liberación que le permita recomenzar. Quien le libera es Hanna von Wallenstein, marxista y profesora de filosofía de Berlín, nombrada con gran entusiasmo Virgilio y guía de nuestro héroe. El propio señor Gustafsson se encuentra constantemente de viaje, de Estocolmo y Västerås a Berlín, Budapest, Tel Aviv, Frankfurt, y en todas partes conversa inteligentemente con Georg Lukács, Tbor Dery y Hans Magnus Enzensberger. Llegado a la mitad del camino de su vida se coloca tras las huellas de Dante para emprender un viaje infernal, dentro de sí mismo. Describe el paisaje con muchos pormenores chocantes y no dudamos de sus serias intenciones. Con la palabras de August Strindberg habla del poder de ”la mentira pública”, de la distancia entre el mundo del que se habla y del mundo que realmente existe. Da fuerte resonancia a la filosofía que había estudiado en Uppsala y en el Magdalene College, de Oxford, bajo la tutela de Gilbert Ryles y Peter Winch. Más tarde escribiría una tesis doctoral sobre ”Lengua y mentira”.

El radical manejo de hacer de sí mismo no sólo narrador y protagonista sino el asunto único de una novela ha dejado un tanto perplejos a algunos críticos. Así Peter Laemmle habla de un ”alter ego para la autoadmiración”. El método egocéntrico de Lars Gustafsson implica que utiliza el yo como un instrumento para investigar el mundo actual. El yo espejea, refleja y filtra los fenómenos. Esto parece una trivialidad, pues tiene validez para cualquier escritor. Pero Gustafsson ni calla ni prescinde de este factor. Lo hace valer. Muestra su instrumento, lo exhibe y explica su funcionamiento. Nos muestra a Lars Gustafsson. Así hace manifiestas las suposiciones del modo de contemplar el mundo, de su Weltanschauung, que se trasluce en sus textos. Se identifica y se legitima. El egocentrismo puede leerse como honradez. Haciéndose explícitas las suposiciones del autor, el análisis resulta más agudo, ”la verdad” un tanto más asequible.

Las cinco novelas de Las grietas en el muro se publicaron entre 1971 y 1978. Como una manera de dar coherencia a textos que tienden a tomar cada uno su propia dirección, Gustafsson alude a La Divina Comedia. El primer volumen tiene su Virgilio y además se habla del infierno de una crisis (el Inferno de Strindberg sería otra alusión evidente). En el segundo volumen, Yllet (Lana) la isla roqueña de la prisión de Alcatraz es denotada como un ”purgatorio”. La sexta parte de la novela final Muerte de un apicultor, se intitula ”Memorias del Paraíso”. Inspirado por el estructuralismo y por la doctrina de Jung sobre los arquetipos, se vale extensamente de simbólicos leitmotive: ”Lo que es pozo en ti también es pozo en los demás.” A veces, sin embargo, la subjetividad desvergonzada sabotea estas ideas.

Informativos son los símbolos emblemáticos que ha aplicado sucesivamente Lars Gustafsson a sí mismo. Comenzó como un gran pez aprisionado en el grueso hielo invernal de un lago. Luego se transformó en todo un cardumen de esturiones, pequeños y alegres, y en su última novela es una imponente ave de rapiña que lo ve todo, sobrevolando el mundo con largas alas. Mientras tanto, en el mundo así por él sobrevolado, hay quien maliciosamente sostiene que el animalito apropiado no sería ni pez ni ave, sino camaleón. Y esto con referencia a sus intervenciones en el debate público. En el campo político e ideológico su agilidad y sensibilidad ante las coyunturas han sido realmente asombrosas. Marxista, liberal, conservador… Difícilmente se explica para el público español la posición de Gustafsson en Suecia; un paralelo que combina estimación propia, excentricidad en la conducta pública y competencia innegable y generalmente admirada en el campo artístico, sería Salvador Dalí.

Gustafsson ha visto su intervención en el debate político como una ”mili intelectual”, un deber cívico. El papel del escritor como conciencia de la nación, que Thomas Mann todavía podía personificar, no se juega cómodamente hoy. Durante algún tiempo Lars Gustafsson corría el riesgo de entrar en exilio interno, en cuarentena ideológica, como otro Céline o Ezra Pound. Un escritor altamente admirado como tal, al mismo tiempo que duramente criticado como pensador y por sus posturas políticas.

Si se ha salvado Gustafsson – y estoy convencido de que sí – es con la ayuda de las musas. Como decía Ibsen: ”Es demasiado fuerte – mujeres lo sostienen.” Las musas lo han sostenido inspirando una producción que abarca ensayo, obra dramática, novela y poesía. En esta vasta producción se pueden discernir – con bastante facilidad – etapas distintas. Hay libros que son verdaderos arranques, donde el autor busca nuevos temas, otros senderos para seguir adelante. En general sus volúmenes de poesía son campos experimentales donde ensaya lo que va a elaborar en sus novelas: ”No pocas veces he hecho la experiencia de que lo que luego resultarán mis novelas se asome, como alguien rápidamente pasando por un corredor, en mis poemas”, dice en 1982. El gran poema Kärleksförklaring till en sefardisk dam (Declaración de amor a una dama sefardí) de 1970 contiene todos los motivos de la pentalogía Las grietas en el muro. Del mismo modo las poesías Världens tystnad före Bach /El silencio del mundo antes de Bach) se pueden considerar un preparativo para la última novela, Bernard Foys tredje rockad (El tercer enroque de Bernard Foy).

Esta novela, con fuertes resonancias de Italo Calvino, y su Si una noche de invierno un viajante ha sugerido a los promotores editoriales la evocación de otro gran investigador de laberintos y han llamado a nuestro autor ”el Borges sueco”, un mero disparate. Las alusiones eruditas tienen en el universo literario de Borges funciones bien distintas de las que tiene la autoclave de ideas ajenas que Gustafsson mete a cocer en su novela. Se puede – y debe – leer a Gustafsson por sus propios méritos.

Afortunadamente, Lars Gustafsson es un autor que sale bien en traducciones, debido, tal vez, a su orientación internacional. Ha tratado siempre de ”tú” a las corrientes literarias europeas. Sin embargo, las descripciones de la naturaleza de sus libros presentan dificultades especiales. El paisaje sueco, en particular el de Västmanland, cumple funciones decisivas en esta obra. Linné, el famoso botánico sueco, hablaba de pratis Vestmanniae, los prados de Västmanland. Este mismo paisaje, las tonalidades y sus connotaciones emocionales carecen de equivalentes en el sur de Europa. Se ha conseguido, no obstante, transferir estos aspectos de los textos de Gustafsson a, por ejemplo, el francés y el alemán. La explicación del éxito debe de residir en el hecho de que los paisajes no actúan como meras señales en los textos: están elaborados con tanto cuidado, con tanto cariño, que hasta los recién llegados a las nieblas del otoño y a los montones de nieve se sienten en casa.

Allí nos encontramos a solas con el poeta Gustafsson. Escuchémosle: nos habla del ”enigma del hombre: a él no le prescriben ni identidad ni existencia”.

 

Harald Nordli, 1987

 

31 thoughts on “Hommage à Lars Gustafsson”

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